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Dra QUINTO. 169 y Redentor mio , te muestras amante de nosotros en el cáliz que por nosotros bebiste, y en la afrentosa muer- te á que por nosotros te entregaste. ¿Qué mas, ó al- ma mia, qué mas, pudo Dios hacer por tí , que morir r ti? ¿Qué mas te pudo dar que darte su propia vi- da ? Esto lleva para sí á todo nuestro amor. ¿Pero qué te puedo yo volver, Dios mio, qué te puedo yo dar, ó amable Redentor mio , por lo que por mí has hecho, y por lo que me has dado? Tenga yo siquiera grande vergiienza , y confúndame mucho si no respondiere á tu grande amor con mi amor. No puedo- ya resistir mas, Redentor mio, á tan grandes obligaciones: no puede mi corazon sufrir tan grandes golpes de tu pode- roso amor , y no debo ya desear otra cosa en esta vi- dá, sino ser perfectamente crucificado contigo: dame, Señor, la muerte, ó imprime en mi alma tu santísima muerte. Mas quiero estar en la eruz con el buen La- dron , confesando tu santo nombre, que con San Pedro en el Tabor admirando tu hermosura. No conviene ya gloriarme sino en vuestra cruz , viviendo .crucifi- cado al mundo, y el mundo para mí. Si es' preciosa la muerte de los mártires por haber muertó por Dios, ¿quánto mas preciosa debe ser para tí, ó alma mia, la muerte de Dios que muere por tí? No hicieron ellos mucho en dar la vida por el que les dió la vida; pero, ¡ó quánto hizo el que dió la vida por nosotros pécado- res, que le dimos la muerte! No se aparte jamás de ti, ó alma, este útil pensamiento, y serás agradecida á tu eterno Bienhechor.

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