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IX PRÓLOGO. Hbienao sabido que en varios conventos de grande observancia se leian en el refectorio , miéntras comian las Religiosas, algunos de mis es- critos impresos , conocí que hasta esta porcion selec- ta del rebaño de Jesuchristo, hasta este sagrado re- cinto, tan preservado de la depravacion general de las costumbres , habia llegado el aprecio con que mi nacion recibia mis obras. No me pareció que les seria perjudicial su lectura; porque las verdade eternas que contienen igualmente abrazan al reli- gioso que al secular , al sacerdote que al lego, á la religiosa que á la casada. Todos debemos aborrecer el pecado, suspirar por el finpara que Dios nos crió, estimar la nobleza de muestra alma inmortal, no dilatar nuestra conversión á Dios, creer con una fe viva, y que obra por la caridad, lo que Dios en= seña y la santa Iglesia nos propone, esperar los pre= mios que Dios ofrece, temer los castigos con que ame- naza , amar á su Divina Magestad y á los próximos, y observar cada uno las obligaciones de su estado, em- pleo y oficio : detestar la ociosidad , aborrecer los es: cándalos , saber la doctrina christiana, y preparara se virtuosamente para recibir los santos Sacramentos. Todo ésto, y otras muchas cosas mas que contienen mis escritos, son. verdades de suma importancia pa- ta todos. Refiexionar sobre la pésima muerte de un b

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