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80 | Sermon II. de un hombre distinguido, enmedio de «un banquete, yá los ojos de una asamblea numerosa. Sabia muy bien que su conversion repentina desataria todas las lenguas , y ha- ria revivir todos sus delitos. Sabia que tendria tantos ma= lignos intérpretes de sus intenciones, quantos habian sido testigos de su conducta. Sabia que el mundo y Sus parti- darios blasfemarian; pero nada se la dió de quanto se pu- diera decir. Diga el mundo quanto quiera, piense y hable contra mí quanto le parezca , condene y desacredite mi con- ducta , yo lo tengo «bien merecido; pero si ahora me cen- sura , otra vezme alabará ; si ahora me condena, algun dia me hará justicia: gane yo á Dios, y piérdase todo lo dex mas, que nada importa. Así habla la Magdalena ; y así debiera hablar todo pe- cador , cuya fe , como dice san Pablo, no haya naufraga- do con la inocencia ; pero no es así como hablan tantos pe- cadores de nuestros dias , paganos en sus costumbres, y chris- tianos de ceremonia :: tantos y-tantas, repito , que solo se acuerdan una vez al año queson pecadores, y que aun entónces se avergilenzan de parecer penitentes : tantos y tan- tas que aun por semana santa andan como huyendo de que los vean confesarse , y experimentan una afliccion inexplica- ble , no por haber pecado, sino por tener que manifestar al confesor todas las culpas que han cometido; pero que en saliendo de aquel apuro ya se despiden del confesor hasta la pasqua siguiente. Pecadores, pecadores, esto no esmas nifestar rectamente vuestras culpas ; esto no es imitar 4 la Magdalena enla humilde confusion que experimentaba en la manifestacion de sus pecados. No podeís esperar con tán malas disposiciones la tierna sensibilidad en el dolor, Pero este es el segundo “carácter de muestra penitente Magda- lena,

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