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358 Sermon XIV. mendigos, que se proveen de lo que los extrangeros nos su-' ministran. : No se terminan aquí los: daños de la curiosidad : ella nos conduce á:las mesas del juego , para ver la destreza de los concurrentes; y alargando despues, á su imitacion; nuestras manos á las cartas , quebrantamos, como ellos, con frescura las divinas y humanas leyes , exponiendo nuestros haberes , que deberiamos reservar para colocacion de los hi- jos , para cultivo de las haciendas ,' para: la” satisfaccion «de las deudas atrasadas y socorro de los-pobres, al vuelco de un dado , á la suerte de una carta, perdiendo en una hora el fruto de muchos años. La curiosidad nos hace pre- sentes en las concurrencias de“toda clase de gentes; y mo- viéndonos la lengua para averiguar la conducta de nuestros próximos , nos precipita en murmuraciones horribles , con que desacreditamos el proceder de las personas mas irrepre- hensibles. La curiosidad... Pero no nos hagamos intermina- bles : ella, digámoslo en breve, no solo nos aparta de la oracion , pór cuyo: medio cumpliamos nuestras obligaciones para con Dios : no solo nos arranca del retiro con que edificábamos á nuestro próximo, sino que pasa á hacernos aborrecer la mortificacion, y nos sujeta á la ignominia de las pasiones mas vergonzosas. Y ciertamente , un hombre , una muger , un jóven, una doncella , que abandonando la ora- cion, se entregan impelidos de la curiosidad á una vida di- sipada : que se dedican á unos entretenimientos perjudicia- les, que encienden las pasiones, y sostienen los vicios en el mundo, ¿qué paradero tendrán? ¿qué fin pueden espe- rar? Enredados unos'enun criminal comercio , que se figu- raban eternamente oculto, se descubrirán sus torpezas quan- do ménos piensen, y se harán patentes al mundo con la

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