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356 SermoN XIV. esos necios trabajos , que te acarrea tu curiosidad? No' haces bien en eso : abandónalos , y atiende en la oracion á las cosas que pertenecen á Dios. Nada oyen : la curiosidad los domina; y ésta les impide sus buenas obras. Pero no'se terminan aquí los daños de la curiosidad ; por- que , disipada así una alma , no solo pierde el espíritu de ora- cion , sino que aborrece el retiro , y se mezcla en todos los acontecimientos del mundo. Aquí es donde la multitud de objetos , que se presentan á su curiosidad ,la pone un nuevo obstáculo á sus buenas obras. El resplandor de las riquezas, el fausto de las dignidades , el atractivo de las promesas , el encanto de los expectáculos , todo sirve de pábulo á su cu- riosidad. Estos objetos pasan de la vista al espíritu : ocupan allí vanamente nuestros pensamientos: resfrian los afectos san- tos : corrompen los sentimientos de devocion , respeto y ve- neracion que teniamos para con Dios; y apartándonos del san= to. retiro, en que fácilmente escuchábamos la voz del Señor, nos lleva á buscar los placeres de la vida , y los vanos entre- tenimientos del siglo : conducidos de la curiosidad , deseamos hallarnos entre las diversiones , para saber quien brilla mas en ellas: quien se lleva las atenciones en los teatros, en los bayles, en las visitas, en los juegos , para comparecer en estas famosas asambleas, que, al decir de san Agustin, son los sacramentos del diablo: se buscan con ansia los excesivos adornos , porque la curiosidad nos hace atentos á investigar la variedad de las mo- das , los diferentes cortes del vestido , la varia postura del ca- bello. Bien conocemos ser estas unas ocupaciones pueriles, que nos ridiculizan en la presencia de los hombres sensatos y ¡ui- ciosos , y nos constituyen en la clase de verdaderos locos en la presencia de Dios , por mudar tantos aspectos como la lu- na , que ya la vemos menguante , ya creciente , ya ilumina- da ácia el oriente , y ya al ocaso : Stultus ut luna muta-

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