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Absorta su voz escucha La multitud apiñada: No hay lengua osada que turbe De aquel silencio la calma, Ni labios que á hablar se atrevan, Porque es fray Diego quien habla, Y siempre que habla fray Diego En la cátedra sagrada Tan sólo se oyen suspiros Ardientes, que el pecho lanza, Ayes de arrepentimiento Que van saliendo del alma, Sollozos que ya no caben En la oprimida garganta, -Ó el grito de contrición, Que brota al par que las lágrimas. En tanto que el misionero Desde el balcón predicaba, El viento muge furioso, El trueno lejos estalla, Obscuras nubes anuncian La tempestad que amenaza, Y una finísima lluvia Empieza á caer pausada. El auditorio se mueve, Temeroso de que el agua Corte del santo orador

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