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O — Pues las espigas doradas, Que los campesinos siegan, Ordenadas en gavillas Ó esparcidas por las eras, Cual tapiz de áureo relieve Cubren la campiña extensa. No hay flores, ni lozanía, Ni animación, ni belleza; Todo se mira agostado; No hay yerba que no esté seca: Tan sólo las margaritas Y erguen su altiva diadema, Sin que consiga el sol nunca Inclinarlas á la tierra; Y alguna que otra amapola Destaca en las rastrojeras, Como escudo de corales Sobre el brial de una reina. Los humildes religiosos Marchan con fatiga inmensa; Que el calor y la jornada Van agotando sus fuerzas; Y el hábito duro y tosco, Ceñido con gruesa cuerda, Tanto les pesa y abruma, Que les causa gran molestia. Fray Diego, que siempre vive

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