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Por el ya celebérrimo fray Diego, Y al punto con sonrisa cariñosa Se presentó el afable misionero. Conducen cuatro hombres la camilla De anciano sacerdote muy enfermo, Que hinchado, paralítico, incurable, Habita há muchos años aquel pueblo. Sabe el paciente que en la ciencia humana -No puede hallar su mal ningún remedio, Y por intercesión del padre Cádiz Espera que salud le otorgue el Cielo: Oyó contar las milagrosas curas Hechas por mediación del buen fray Diego, Y al saber que hace noche en la posada, Por secreta intuición, se empeña en verlo. El Capuchino, al contemplar el cuadro, Exclama con ternura y sentimiento: — ¡Hijos del alma! ¡pobrecitos míos! ¿Cómo venís aquí con tan mal tiempo? (Y, de hinojos, besó con reverencia Las descarnadas manos del enfermo.) ¿Cómo expusisteis á este pobre anciano Á la inclemencia de los elementos? ¿Por qué no me avisaron? Con gran gusto Corrido hubiera ansioso á socorrerlo. —Vengo, Padre, exclamó el triste baldado, Para que me recite un Evangelio

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