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Enfermeiad incurable Le ataca con grande furia, No en su querido convento, Ni en su estrecha celda obscura, Sino en ajena morada Donde alojarse acostumbra Cuando asuntos de la Orden Á aquella ciudad lo empujan. El bendito Capuchino, Que esquiva mundanal bulla, Y vivir y morir quiere En soledad absoluta, Aunque intenta en aquel trance Refugiarse en la clausura, Dios, que otra cosa ha dispuesto, Su fiel proyecto derrumba. Cuando ve llegar los síntomas Heraldos de la hora última, Y abierta la triste fosa Cabe sus plantas vislumbra, Perdón demandando al Cielo, Sólo morir bien procura, Y á la voluntad divina Somete humilde la suya. De su traslado al convento Ni una frase más pronuncia, Y cuanto el médico ordena

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