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a e a Como ministro de Aquel Que visitarla me ordena. ¡Pena me da ver su alma Envuelta en brumas tan densas, Y encapotado su cielo Con cerrazón tan completa! La castiga con torturas El Esposo, que la cela, Porque apegada la mira. Á la deleznable tierra. Hija mía, no ame nada De esta miserable esfera; Que las flores de sus valles Se marchitan y se secan. Vuele á célicas alturas; Busque en la región suprema El bien: que jamás da el mundo Ese amor que siente... y sueña. Á quien murió por salvarla Páguele en buena moneda; Que es chico el pecho, y no caben Dos en mansión tan estrecha. En corazón dividido Ningún afecto prospera; Pues el amor es del alma ¡La luz, la llama, la esencia! Y no es posible que dé

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