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a 147 En el albor de la vida De Dios oyó el llamamiento, ¿Cómo no ha de admirar Cádiz La santidad de fray Diego? ¿Cómo no ha de envanecerse Con los triunfos de sus méritos? Si allí el ángel de su guarda Dióle amante el primer beso, Y subió en aquellas brisas Su oración primera al Cielo, ¿Qué mucho ostente la patria De aquel hijo el abolengo, Y ufana se regocije Con la gloria de sus hechos? Si las rizadas espumas De las olas de aquel Puerto Mecieron la linda concha Do halló esta perla reflejos, Justo es que orgulloso luzca Joyel de tan rico precio, Y lo venere engarzado En el sartal sempiterno. Una de las temporadas Que residió allí fray Diego, De la inmensa muchedumbre Que siempre le iba siguiendo, Se acercaba con frecuencia

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