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E RÍA Que á su elocuente palabra No hay alma que no se rinda. Antes que el alba entreabriera La recamada cortina Que en las puertas del Oriente Colgó la noche sombría, Nuestro santo misionero, Del cortijo en la capilla, Escuchaba confesiones De amantes almas contritas. Á temer las exhortaba De Dios la eterna justicia, Y, lleno de santo gozo, Con amor las absolvía. Hombres, niños y mujeres Han acudido á la cita; Sólo falta un ganadero De la dehesa contigua: El que guarda la torada Del cerrado de las pitas, Promete no confesarse, Aunque al punto lo despidan. Cuando amaneció, y salieron Los labriegos de la ermita, Y á organizar los trabajos Ya el aperador venía,

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