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b2 CARTAS DEL BEATO DIEGO dad antes de ir á la corte, tomé mucho amor á una criatura áquien su Majestad había reducido á mu- dar de vida por mi predicación, la confesé general. mente, y seguí después confesándola y tratándola, y con el motivo de ir algunas veces á su casa, le ha- blaba con demasiado cariño. Solía advertir en ella algunos sentimientos de la naturaleza y temía si sería aquello culpa grave, cuando, estando en la ora- ción con esta perplejidad, se me representó á la imaginación una culebra gruesa y enroscada puesta junto á mí en ademán de morder, en lo que entendí e) peligro (1). Cuando en el Cabildo de Jaén me dieron la Ca- nongía estando ya en el Coro y deseando ofrecer aquel honor en obsequio de algunos de los ultrajes que padeció Jesucristo pedí ul Señor luz para ello y se me dijo al interior: Cum iniquis reputatus est; que en desagravio de aquella ignominia ofreciese aquel honor que por amor de su Majestad me ha- cian; y así procure hacerlo, renunciándolo plenamen- te: los grrados que me die ¿ron en esa, me senti movl- do á ofrecerlo en recompensa de la afrenta que su- ] Este párrafo nos recuerda la célebre visión de santa Teresa sobre el tremendo porvenir que le esperaba, si no hubiese abandonado cierta amistad, no mala de suyo, que le quitaba el tiempo é impedía recibir de lleno las gracias del Señor. Por la visión del Beato vemos la infinita santidad de Dios, que no permite el menor afecto desordenado en alma que ha de gozar del yino de la unión; sino que la quiere des- asida de todo lo terreno y entregada á El por completo. Y es doctrina muy corriente, pues así como el ave no puede re montar el vuelo si está atada con un hilo, aunque este sea de oro, así tampoco el alma subirá al elevado monte de la perfección, si no se entrega á Dios sin reserva alguna. De aquí se colige que, si el Beato Diego mereció el honor de los altares es porque practicó en grado heróico todas las vir tudes y se apartó de cuanto podía remotamente desviarlo de su fin.