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44 CARTAS DEL Beato DikEGO aun teniéndole amor, es poco lo que me he aplicado á ella. Es muy rara y doctrinal la corrección que su Majestad me dió en cierta ocasión. Estaba un día con la Comunidad en la oración de la mañana; y algo desidioso en sacudir el sueño, que suele perse- guirme. Se me fijó en el entendimiento ó en la ima- ginación la especie de un soldado que tenía en sus manos un sable ó espada envainada, pero sin puño; de modo que metida toda la hoja en la vaina no era posihle sacarla de ella para defenderse, M1 para herir á el enemigo; prontamente tuve la inteli- gencia de esto diciéndole á mi entendimiento; esta es la predicación sin la oración; espada envainada y sin puño que no puede usarse de ella en los tiem- pos, y del modo que conviene. Quedé enseñado, pero ¿de qué me sirvió esta suave corrección? ¡Po- bre de mí, que cada día soy más ingrato! En otra ocasión, estando preparándome con un rato de ora- ción la mañana del día que había de principiar la misión en Jaén y reflexionando sobre quien soy yo para que el pueblo se hubiese así conmovido aun antes de empezarla, se me propuso: Quid existis in desertum videre? Arundinem vento agitatam? y con los ojus del alma me pareció yer una infinita uul- titud de criaturas en un campo espaciosísimo, todas atentas y exhaladas por ver un carrizo solo y seco que estaba en medio del campo, agitado de todos los vientos, que sin cesar lo inclinaban á unas par- tes y á otras; y se me dió una clarísima inteligencia ser yo aquel imutilísimo contemptible carrizo; hizo estos sus efectos comunes de alegre humillación, desprecio de las estimaciones k. A la tarde fuí á Vísperas con la Comunidad, y en la preparación antes de empezarla, estando de rodillas, se me hizo instantáneamente presente en lo intelectual á Jesu- cristo mi Señor con la cruz á cuestas y que yendo á
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