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! 526 Cartas DEL Beato DieGO0 prelado mío, era el órgano de la voz de Dios á que me debía atender por mi profesión: que por lo tanto me mandaba expresamente como súbdito suyo que siguiese como hasta aquí, y que no le volviese á to- car esta especie en ningún tiempo; hice una humilde insinuación como para aclararme más; y me detuyo repitiéndome el precepto referido, imponiéndome perpetuo silencio. Veo á V.. P. mío, con alguna des- confianza de mí en este particular, cuando, bendito Dios, me he manejado en él con la sinceridad, ren- dimiento y verdad que me corresponde; no obstante que conocía casi con evidencia el disgusto de mis superiores, como lo manifesté á V. desde lo primero de este asunto; y no es poco lo que esa desconfianza me contrista. No me acordaba que me hubiese V. prohibido el uso de las tres disciplinas diarias en tiempo de misiones, cuando me molestase el dolor de entra- ñas. En todo caso me persuado que no faltaba á esto en hacerlas durante la de Baena, porque enton- ces no era tal que me impidiese hacerla ó que te- miese me dañase. Mi omisión en los días que no las hice, fué dimanada de lo que dije en mi ante- rior, y por esto los dos sueños no ofrecieron otra especie al conocimiento que el de la nimia delicade- za con que gustaba de tratarme. Reprensión de la clase de aquellas que alumbran, humillan, prestan compunción devota y firme, suave resolución para lo que ha de hacerse, dejando en gran paz y con amor á Dios, al corazón, cuando siente estos afectos y finalmente los abraza. Ahora pido á V. con toda humildad su licencia para continuar en esta levísima mortificación (que nada, nada, nada tiene de penosa) en los términos que hasta aquí y además para las víspera de las festividades de Nuestro Señor y de la Santísima

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