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34 CARTAS DEL BeEaTo DIEGO nitente. Con su gracia lo hice así, pero sin tomar di- rector, porque ignoraba estas cosas; me apliqué á la oración y á la lección espiritual: en ésta experimen- taba buenos efectos y notable afición, pero mayor en leer la Sagrada Escritura. La oración fué desde luego amarga, llena de oscuridad, de sequedades y de tristezas; pero tan aficionado á ella, que no te- nía aliento para omitir las tres horas que comun- mente gastaba en ella. Por este tiempo salió el libro del Juicio imparcial y los demás de este jaez; veía la afición con que todos lo leían, los muchos que lo celebraban; pero, por más que me instaron y aun estrecharon á que lo leyese, jamás me pude reducir á ello. Sentía en mi interior una oculta, suave fuer- za, que me hacía detestarlo, mirar con horror sus doctrinas y compaderme de sus aficionados. Yo me hallaba con un amor tan ardiente á la Santa Ma- dre Iglesia Romana, que me hacía derramar lágri- mas la tribulación en que la veía, y deseaba ser muy santo, para conseguir de Dios el remedio de estos males, y muy docto, para oponerme á estas nuevas fatales doctrinas, que desde luego me pen- saba serían reproducción de los errores antiguos. En estos terminos concluií los estudios; me «ie- ron luego la muestría de estudiantes, como en pren- das de que seguiría la cátedra, pero la renuncié con el mayor,ardor, hasta conseguir quedar excluido de este estorbo que tanto lo temía. Entonces me envia- ron de familia al convento de Ubrique, donde creo estuve seis años; los tres primeros encerrado en él y ocupado en estudiar la moral y la santa Fscritura aplicado á los ejercicios de mortificación, oración, soledad y á'los oficios huinildes del convento como $1 fuera un corista; y los domingos por la tarde y dias solemnes me iba á la plaza donde junto el pue- blo, le explicaba y predicaba un punto de doctrina

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