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ingratitud; ¿quién, sino yo, amado Padre mío, al leer las altísimas y poderosas cláusulas de sus divinas Cartas, que casi evidentemente conozco dictadas de superior luz, pues me hablan más al interior, que á lo que las mías expresan; quién digo no se desha- ria en lágrimas? quién no ardería y se abrasaría en amor á Dios? Solo yo! solo yo! solo yo! que así antes como después persisto en mi culpa, y no sal- go de mi cieno. Es verdad que todas sus palabras obran en mí lo quemo sé decir ni entiendo. Creo estodo lo que V. P. quiere é intenta, aunque no lo declare: mas con todo, yo no puedo mirar sin ho- rror esta inacción, ó que se yo, en que me hallo. V.P. lo entiende, porque Dios así lo quiere, y yo con eso vivo más satisfecho, que con cuanto le avi- so y doy cuenta. En lo presente debo decir que apetezco, que deseo, que ansio, que revienta mi corazón por el retiro que V. P. me ha mandado, no obstante su permiso para mis salidas. Estas las miro con horror y desconsuelo; y puede V.P. creerme, Padre mío, no llevo otro aliento que el permiso de V. P. Voy tímido, receloso, cobarde y como quién obra con- tra el gusto del que ama y desea agradar. El no poder yo unir la sujeción á usted con el obedecer á mis Prelados me amarga infinito, pues el corazón, la voluntad, y el alma toda se inclina, se vá y se deshace por lo que V. P. quiere, aunque no lo mande; mas la ejecución violenta, pero resignada, se la lleva el orden de mis Superiores: y Cual esta- rá el alma entre estos dos extremos, V. P. puede considerarlo. Yo solo digo, que á serme posible me iría donde las gentes no me viesen, ni tuviesen no- ticia de mí; y no obstante que este retiro lo conoz- co sembrado de amarguras y espinas, lo quiero, lo

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