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MOS Ñ Ñ ' ción lo estrechey obligue al Magisterio que veo sin tan- to peligro como Prelacías, y conoz ue le será un fe- cundo origen de su apetecida interior paz. Yo estoy cier- to, y nadie es capaz de hacerme pensar de otro modo, que su vocación es á Misión en ella quiere el Señor servirse (como lo hace siempre), de un instrumen- to tan improporcionado y despreciable para los altísimos fines que se ha propuesto: que en orden á esto ciega dá los pueblos para que no vean las faltas del manistro, y los conmueva para el aprecio del ministerio; da á usted la resolución de presentarse á anunciar la pala- bra, que se le da, y.el espíritu que la anima y hace fruc- tuosa. ¿Predicára como y cuanto predica, y mucho más que predicará, si el Señor no fuera para usted el que es? ¿Yo le hubiera alentado con la (al parecer) temera- ria resolución, que lo he hecho y haré, á predicar, co- nociendo su ineptitud, sino pensara en orden á su con- ducta gobernado de unas reglas superiores, no contra- rias á la prudencia regular? Estoy muy cierto de su vocación: digo con confianza en Dios que veo su camino; pero como paja mayor cargo mio me lo ha dado el Señor á conocer, y cast sin libertad me ha unido tanto á su corazón, tengo por muy conve- niente que por algún tiempo calme su Visión, se esconday huya del mundo que lo desea, haga sunegocto, y se pre- pare parala importantísima y utilisima campaña, qué le espera y á que le conducirá Dios por los Prelados que ahora le retiran. Ahora es tiempo de callar, para hablar con irresistible virtud cuando sea su oportuno tiempo. Ahora lo es de dejar los brazos desu amada Misión, pa- ra volver á ellos y morir estrechamente unido á ellos, y á los dulcísimos del apostólico ministerio. Este no con- siste en predicar con universal aplauso, que á pesar de la más despierta atención se suele insinuary sorpren- der al alma; sino en arder por amor de los prójimos, y

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