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la por ese camino, guiarla por él, y amoldarla al querer de Dios; pero forjarse él mismo el modelo y querer que el alma dirigida se acomode en todo 4 él, lo tenemos por desacierto garrafal y lo adver- timos aquí por conclusión de la obra. Ya que en ella hemos procurado presentar á los ojos del lector el modelo del director perfecto, no está fuera de lugar señalar los defectos que pa- rece haber tenido uno que no lo fué tanto, para que así las perfecciones del primero como los ye- rros del segundo sirvan de aviso á los directores que leyeren la presente obra. Creemos que si el Beato hubiera sido menos hu- milde y más resuelto, hubiera abandonado muy pronto la dirección del P. Alcober, puesto que le dió sobrados motivos para ello. ¿Por qué, pues, no la dejó? ¿Por qué siguió con él hasta su muerte? ¿Sería por amor á los sufrimientos que esta direc- ción le causaba? ¿Sería por ver y descubrir en él dones de Dios, cualidades superiores ó algo desco- nocido que le fascinaba y no le permitía dejar su dirección? Nos inclinamos á creer esto último; creemos que en la estimación del B. Diego sobre- pujaban las perfecciones ocultas del P, Alcober á sus defectos como director, y á esto podemos atribuir la causa de no abandonarlo como al parecer debía hacerlo; pero sobre 'todo, podemos atribuirlo á Providencia de Dios, que de los males sabe sacar bienes; y tal vez se valió de la dirección del Padre Alcober para purificar al B. Diego y hacerlo santo, en cuyo caso podríamos cantar en su honor el 0% feliz culpa! que nuestra Madre la Iglesia Católica en- tona al adorable Misterio de nuestra redención. PE

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