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mo otros han hecho; pero tampoco lo canonizare- mos, como canonizaríamos, si pudiéramos, al Padre González, ni lo tendremos por consumado Direc- tor de almas, como tenemos al ilustre Maestro de la Universidad Sevi!lana; ni lo tomaremos por mo- delo en este punto, como tomamos sin dificultad al benemérito P. González. Por más que otros tengan por el mayor mila- gro del Beato Diego haber sido Santo con este Director segundo, para nosotros es indudable que tuvo acierto en elegirlo, que era el destinado por Dios para la dirección de este nuevo Apóstol, y que estaba dotado de cualidades y aptitudes para ello; lo cual es decir en honor del P. Alcober cuan- to decir se puede; pero no dejamos por eso de co- nocer que dirigió algunas veces al Beato con pru- dencia humana, mientras que el P. González lo dirigió siempre con prudencia divina. Este en- grandecía al Beato Diego, dilatándolo y empuján- dolo con valentía á su glorioso destino; el. otro lo empequeñecía y apocaba, amoldándolo tímidamen- te á su manera de ser y de ver las cosas. El pri- mero con libertad de espíritu le daba alas: el se- gundo con temor algo humano le ponía freno: aquel lo quería un santo sin más formas ni límites que las trazadas por Dios en su mente divina; éste lo quería también santo; pero según el molde que él había trazado en su propia mente. Aunque no tuviéramos más pruebas de esto que las variaciones y adiciones hechas por él en las car- tas del Beato citadas en su Vida, haciéndole decir al Santo lo que nunca dijo, ellas bastarían para de- mostrar que, si bien quería santo á su dirigido, no lo quería como el Santo era en sí, sino como él deseaba que lo fuera; y esto lo tenemos por un 86 Ñ ns A SS A

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