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— - e. E - = mn , e 56 comedias, etc.; y con tocar otros puntos semejan- tes con grandísimo ardor y vehemencia, nada re- sultó, bendito Dios! sino sólo lamentarse el Sr. Go- bernador le hubiese hablado en público con tanta fuerza: le satisfice, y quedó sosegado, y en favor mío. En esta variedad de sucesos, y los que se le agregaban, estaba el interior amargo, afligido, y casi sin aliento, por el miedo de si habría errado, separándome del querer de Dios; por entonces clamaba me diese luz, pues solo quería hacer su santísima voluntad. Los aplausos entre estas espi- nas no sé si llegaban al corazón, creo los miraba con recelo y con horror, ó cuando más los ofrecía á Dios, complaciéndome de un modo impercepti- ble en tener que ofrecerle aquella bagatela. Concluyo esta historia con decir que hasta en el mismo Convento nuestro eran los aplausos tan desmedidos, que súbditos y Prelados, y todos era un exceso su trato y su modo. Dios tenga miseri- dia de mí! Padre mío! Padre mío! ¿qué cosas son estas? Ó qué es esto? ¿Esto así, cuando está el co- razón lleno de cieno, de culpas, y miserias? ¿Esto así, y el interior más perdido que Sodoma, más llagado que Job, y más enfermo que el Paralítico de la piscina? Qué es esto, Padre mío, qué es? Ve- nero los juícios de Dios; pero temo en sus permi- siones si resultará de ellos mi ruína. Después de llegar á este Convento, me hallo con carta de mis Prelados superiores, en que se me avisaba estaba nombrado para Maestro de Novi- cios; y luego inmediatamente escribí renunciándo- lo, alegando ser otro el fin de mi vocación á la Religión, etc.; y en su respuesta tuve lo que inclu- yo á usted de mí P, Lector, el que se halla hoy de D efinidor: me ha fatigado bastante, porque temo

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