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9-3 En Cádiz, prediqué varios sermones extra de la función y novena á que fuí llamado, y á petición del lltmo. Cabildo hice cinco noches misión reser- vada en su Catedral á todo el Clero, concurriendo de las Comunidades los que gustaron ó pudieron. Para esta Misión trabajé más en estudiar que en orar: no sé si faltaría al precepto de usted; yo no lo olvidaba; pero era poco lo que hacía de ora- ción, porque una interior zozobra, ó no sé qué, me obligaba al estudio: en él hallé algo de facilidad, y me parece que oportuno. En el lúlpito me ha- llaba sin susto, temor ni cobardía, hablaba al Cle- ro con mucho modo y veneración; pero con un más que mediano ardor y actividad. El como esto se recibía lo dejaba al Señor: Me parece no veía los mejores semblantes, aunque después me asegu- ran el fruto. El amor propio daba sin cesar sus avances para turbar la paz; pero en medio de mi amargura interior me acordaba de usted (nunca lo olvido) y con solo esto me abandonaba en las dis- posiciones de Dios. De esta misión al Cabildo y Clero resultó me nombrase los señores Examina- dor Sinodal de aquel obispado, cuyo título hube de admitir por disposición superior, después de haber suplicado á los Señores que no me lo diesen. Lo segundo que es el destierro temido ó la suspensión en predicar, hubo de nacer, no del Sr. Gobernador, que siendo como es un Señor ti- morato, celoso y religioso, y á quien debí especia- les favores, le es impropio ese modo de pensar; sí á otros que en vista del sermón que prediqué á la ciudad, ó lo pensaron ó lo apetecieron. En él dije la culpa grave de un Senado en permitir la profa- nación de los días festivos con los teatros de toros,

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