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AAA ro AE e =e ey mr. " p - EE. a En segundo lugar debemos tener presente que los Santos tienen una vista espiritual muy penetrante para ver las gracias extraordinarias que de Dios han recibido, el uso que han hecho de ellas, y el que pudieran haber he- cho otras almas más fervorosas, si Dios les hubiera dado aquellas gracias; y en esta comparación su humildad les hace ver que otros hubieran aprovechado mejor esos do- nes y hubieran adelantado más con ellos: mientras que por el contrario, conocen también que si Dios los dejara de su mano y trasladara á otros pecadores las gracias que ellos poseen, vendrían á cometer todas las culpas posibles, y á ser los peores hombres del mundo: y como esto es en ellos lo natural y propio, y lo otro lo sobrenatural y prestado, se creen naturalmente y con verdad malísimos y capaces de todo lo malo, como le pasaba á N. S. P. San Francisco y á este su verdadero hijo que se tenía por una sentina de culpas, siendo un santazo de marca mayor. En tercer lugar conviene no olvidar que las almas san- tas tienen una vida de unión íntima con Dios, y con ella un conocimiento alto de la grandeza de Dios y de la pro- pia pequeñez, de la pureza divina y de la impureza hu- mana. Unas veces con luz sobrenatural ven el occéano sin límite de las perfecciones divinas; y otras veces un rayo de esa luz penetra en lo interior del alma, descubriendo en ella infinidad de malas inclinaciones y defectos natu- rales. Cuando entra por las rendijas de una ventana un rayo de luz solar en una sala, el aire que antes parecía puro y limpísimo se ve lleno de multitud de pelucillas y de millones de átomos de polvo imposibles de contar: pues otro tanto pasaba en el alma del Beato Diego, cuando pe- netra ba en ella un rayo del Sol de justicia, que le hacía ver infinidad de átomos de imperfecciones, donde parecía que todo era perfección y santidad, Más todavia; esos áto- mos los miraba su humildad con cristal de aumento, de suerte que carla uno le parecía una montaña; y asi no es extraño que se crea él sumergido en el cieno de su pro- pia miseria y se tenga por el peor de los hombres, sentina de culpas y abismo de maldad. Razón tenía quien dijo que no debemos creer á los San- tos, cuando hablan ds sí propios; porque, aunque los san- tos siempre dicen verdad, eso no obstante, su humildad les hace abaltar los defectos, y empequeñecer las virtu-
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