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44 Con el mayor aprecio recibí la de usted y solo Dios puede ser el que premie á mi Padre lo que con es- te el más infeliz de los hombres hace. Sus palabras de usted; Padre de mi alma, me animan, me renue- van, me vivifican: qué más? me resucitan! poco he dicho; me dan una nueva vida, que ni yo sé enten- derlo, ni menos explicarlo. Por amor de Dios, Pa- dre mío, que no se desazone ni fatigue usted por esto; Dios lo hace, y quiere que sea usted el ins- trumento: déjele usted que obre, y ayúdele en lo que pueda. Mas ¿de qué sirve para mí toda esa fuerza y efi- cacia, si el fruto no se logra? usted se esmera, usted se cansa, usted trabaja y se fatiga en labrar una tierra mala y perniciosa que, por recibir frecuente- mente la lluvia de divinas influencias y no producir otro fruto que yerbas y espinas, parece que se ve en ella el reproba est, etmaledicto proxima (1). Yo con- fieso que cada cláusula y aun expresión de su carta me hace sentir los efectos dichos, y que sus manda- tos, conjuros, preceptos, y conminaciones, lejos de fatigarme ni abrumarme, esfuerzan, dilatan, y dan valor á mi corazón para algo más de lo que expre- san: no es. mucho esto, cuando ellas son las que, aligerándome todo el peso que mis pasiones me causan, producen en mí los efectós de ansiar por hacer cosas grandes en obsequio del Señor. Mas con todo, yo me quedo el mismo, porque ni salgo de mi cieno, ni hallo el medio, ni menos tengo vo- luntad de hacerlo. Conozco que necesito volverme á Dios, y mudar de vida; mas me falta la voluntad y sobra la repugnancia para ello: quisiera desearlo, y no hallo- este deseo, solo el desearlo no me re- (1) Heb. VI. 8.

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