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30 Estas dotes le hicieron tan celebrado director de almas que de todas partes acudían á ponerse bajo su dirección; y apenas hubo en su tiempo persona de elevada virtud en estos reinos de An- dalucía, que no le consultase Ó se pusiera alguna vez en comunicación con él por medio: de sus di- rigidos. Muchos de estos eran sacerdotes seculares ó religiosos de vida tan ejemplar que sobresalían entre los demás, hasta el extremo de distinguirlos el vulgo con esta frase: Aquel es dirigido del Pa- dre González; ese es discípulo del P. Javier. Pues cuando de tanta y tan merecida fama gozaba este P. González lleno de ciencia y de virtudes, pero próximo al ocaso de su vida, un nuevo astro aparecía en el horizonte de la Igle- sia española; un pobre capuchino llamado Fray Diego de Cádiz en la soledad de su ignorado claustro había recibido del cielo el espíritu de los profetas, el fuego de los “apóstoles y el cargo de anunciar á los reyes y á los pueblos la palabra de Dios; pero aquel joven misionero humilde hasta el anonadamiento desconfiaba de sí y se hundía b: ajo el peso de la misión, que por extraordinario modo el cielo le había confiado. Semejante á la. parra cargada de racimos, necesitaba un fuerte tronco en que apoyarse, si no había de sucumbir con la carga de su mismo fruto; y este sostén fué para él el P. González con quien se puso en relación de la manera que diremos. Por entonces moraba nuestro B. Diego en el convento de Ubrique, y Dios que lo quería hacer en mucho semejante á N. S. P. San Francisco le dió á.manera de Porciúncula el Santuario de Ntra. Sra. de la Páz en Ronda. Allá iba por obe- diencia á pasar largas temporadas, y como en

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