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con tanto aprecio como es cual no hicieron así los d Beato. Desde que descubrimos este O llazgo que lleva en sí mismo el sello d cidad, y leimos adm del P. González, ad juirim rd le debiamos un santo, Andalucía tal vez sería una estátua sin pedestal, un árbol sin fruto ó una flor sin aror v entonces concebimos la idea de pagarle esa deuda, sacando á luz sus cartas, juntamente con las de su diri gido, para que por ellas admire el mundo la santi- dad y sabiduría del maestro, unida á la de su discí- pulo. Por fortuna no carecemos en España de obras magistrales semejantes á esta. Ahí está el epistola- rio del bienaventurado Juan de Avila, obra de pro funda doctrina y agradabilísima lectura. Ahí están las cartas de Santa Teresa de Jesús, anotadas por el V. Palafox, que parecen más nuevas cuanto más se leen. Ahí están las de san Juan de la ( .FUZ, pro clamándole á voz en grito doctor místico y extáti- co; ahí están otros epistolarios y cartas que sería largo enumerar; pero nos atrevemos á decir que las del V. P. González no son inferiores á ningunas, y sí superiores á muchas, porque su epistolario es real, va dirigido 4 un solo individuo, y sic mpre con el mismo fin, el cual consigue, haciendo de su di rigido un santo y un apóstol, admiración de su si- glo; mientras que los demás epistolarios, ó son pu ramente didácticos, ó van dirisidos á muchas per sonas, y con fines muy diversos, lo cual, bien se ve las ventajas que da al escritor para utilizar y lucir los talentos que de Dios haya recibido. ¿ Sin menoscabar, pues, en lo más mínimo, el 2 y

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