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arrastraba tras de sí las muchedumbres, y dejaba ES E : despobladas y desiertas las ciudades donde predi caba, según eran grandes las turbas que le seguían al salir de ellas. La memoria del Apóstol gaditano se conservó siempre intacta en los pueblos de la Península, á pesar de las revoluciones y vicisitudes del siglo diez y nueve; y tanto en vida como des- pués de su muerte, España entera lo estuvo acla mando por santo hasta que por fin la Iglesia nues- tra madre, después maduro examen, confirmó aquella aclamación de los pueblos, poniéndolo en sus altares el 22 de Abril de 1894 La España católica celebró con grande entu- = y siasmo la Beatificación de su Apóstol; pero en An- dalucía ese entusiasmo rayó en delirio, y Cádiz, donde nació á la vida mortal; Sevilla, donde em- pezó la carrera de su vida religiosa; y Ronda, don- de trocó esta vida por la celestial y eterna, fueron testigos de inusitadasy brillantísimas fiestas en ho- nor del ilustre Capuchino. Los poetas cantaron sus glorias. los historiadores narrafon sus hechos portentosos, y los oradores se hicieron lenguas, pu- blicando sus virtudes; pero nadie se acordó del maestro que se las enseñó, nadie nos habló del guía experto que condujo á Fr. Diego hasta la cumbre de la santidad. Fijos todos los ojos en la gigantesca figura del héroe, nadie atendió á la ro- busta columna que la sostenía; todas las alaban- zas fueron para él, ninguna para el pedestal que le encumbraba, y sin el cual la estátua no aparecería tan alta, ni digna de tanto honor. El pedestal á que aludo en esta alegoría no es otro que el Director espiritual del Beato Diego, el V. P.. Maestro Fray Francisco Javier González, « uya viday cuyos méri- tos pretendemos dar á conoceren esta introducción.

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