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reviste soberano interés, se halla dibujado en las cartas del experto director que con santa libertad decía á su amadísimo Fr. Diego en una ocasión, «No mas Cádiz, 1i conviene»... ya la misión en- erie y los trabajos de é lla agradan, y por lo MILSIMLO ya es tiempo de dejarlos El espíritu del P. González se halla tan identi- ficado con el de su dirigido que en puridad forma con él uno solo. Si le amonesta, es para tenerle so- bre aviso; si le humilla hasta lo increible, es para ponerle más cerca de su Dios; si, conocedor del gran tesoro que el Señor había elegido para sí, le inculca, no obstante, que nada tiene de suyo, «mi talento, mi estutios ni oratoria,» y que es un gusano de la tierra, entiéndase que es así como se tem- plan las almas; porque ¿quién no advierte el pe- ligro? ¿quién se tendrá por más seguro que el santo capuchino y osará dormir sobre laureles? « Onsero que ame el bien de mi alma (decíale el santo director) de quien sí le manifestara lo que es á los ojos del Señor, se llenara de escándalo. Digo solo que merece la compa- sión de V. y que se la tenga. Yo la tengo tanto de la suya, porque la ves caminar por desfiladeros del amor popular y propia miseria, que frecuentemente la pongo bajo la hro! ección divina, y le ruego la preserve. No interesa esta correspondencia solamente á los religiosos y á los que se forman para el altísimo ministerio de la palabra. ¿Acaso, por no citar otros muchos, no se escribió para re ligiosos el Ejercicio de perfección y virtudes del P. Alonso Rodríguez, y, sin enbargo, de él se han aprovechado, quizás co- mo de ninguno otro libro, los fieles que aspiran á mejorar en su estado? Una sola es la regla univer- sal y segura de la períección. En el orden de la gracia, como en el de la naturaleza, las leyes que
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