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obras, sirven aun de edificación y de norte en me- dio de la universal decadencia que en todo orden lamentamos. ¿Cómo, pues, no habrá de ser muy útil y hasta necesaria, la publicación de una corres- pondencia en que «los santos trabajan por los santos? » No es de la vida pública de la que se trata, sino de la interior; es el castillo del alma, como diría San- ta Teresa, iluminado por los esplendores de un sol naciente, y puesto á la consideración de las perso- nas que tratan de perfección, singularmente religio- sos y predicadores,para que estimen el dón de Dios, y entiendan haber sido llamados, no á brillar para la propia honra, sino á difundir la luz del cielo, la ley que tiene fuerza para atraer y convertir las almas, y el testimonio fiel del Señor que dá sabi- duría á los pequeños. El humildísimo siervo de Dios P. González re- conoce en Ir. Diego el «monstruo desu siglo;» pero añade que lo debe todo á Dios y que «él lo sabe mejor que nadie,» y á este propósito le recuerda con insistencia su triple vocación á capuchino, á misionero y á santo. ¡Cuántas veces leyendo tan sabrosísimas cartas, he repasado tn mi memoria, (por frases y conceptos idénticos á los del insigne agustino Fr Luis de León) el juício de tan gran maestro sobre los escritos de la Doctora de Avila! «el ardor grande que en aquel pecho santo vivía, salió como pegado en sus palabras, de mancra que levantan llamas por donde quiera que pasan. La total renuncia de sí propio, el celo con que hemos de combatir el espíritu dominante en el si- glo, la necesidad de llamarnos con frecuencia al exámen de la vida interior, cimentándonos cada día más en la humildad, y cobrando nuevo aliento en la oración y el estudio; todo esto y mucho más que

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