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A 00 1 del mundo. Entre tanto que esa víctima preciosa ye- nía á la tierra, Dios exigió del hombre el sacrificio conmemorativo ó simbólico, que figurara el de la Víctima eterna que con el precio de su sangre había de redimir á la humanidad cautiva; y por eso Abel comenzó á ofrecer á Dios en sacrificio la sangre de sus corderos. Pasando esta tradición de padres á hijos, se fué poco á poco oscureciendo y desfigurando, hasta tanto, que del vago recuerdo de una culpa primitiva Pe se había de lavar con sangre, sacaron los hombres la ho- rrible consecuencia de que era preciso ofrecer á los dioses en sacrificio la sangre misma del hombre. El sacrificio dejó de ser simbólico para ser real, y el más fuerte mataba al más débil para ofrecer su sangre en sacrificio, convirtiendo así á la tierra en un lago de sangre. Cuando esto hacian los paganos (y lo hacen hoy todavía) no hacián ni hacen otra cosa más que confirmar con sus sacrificios las tradiciones biblicas: esto es, creer en una culpa primitivaqueirritó á Dios contra el hombre; creer que esa ira divina debe ser desarmada por el hombre prevaricador; que el hom- bre prevaricador puede desarmar esa cólera celeste mediante la efusión de sangre; y que esa sangre de- rramada en sacrificio tenía virtud para satisfacer por todos, aplacando la ira divina y borrando la culpa que la irritó. Todos estos dogmas suponen los sacrifi- cios sangrientos, y creyéndolos, la gentilidad estaba en lo cierto; pero en lo que lastimosa y neciamente se equivocaban era en suponer que podía hallarse en- tre los hombres una víctima tan pura, tan santa, tan inocente y meritoria que su sangre pudiera aplacar á Dios, borrar el pecado y satisfacer por todos. Aquí estuyo su grande error, porque esa víctima tan sa- grada que ellos buscaban no podía producirla la tie- rra; de otra parte nos había de venir. Y en efecto, rasgó los cielos, vino á la tierra, tomó en ella un cuerpo perfectísimo para poder sacrificarlo, unió á la

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