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719 supremo dominio que El tiene sobre nosotros y muestras cosas, como Creador y dueño soberano del universo. Varios sacrificios se usaban en la antigua ley, pero los más universales y casi los únicos eran sin «luda los sangrientos. Las historias sagradas y pro- fana nos pintan al levita de Israel degollando la víc- tima sagrada; al sacrificador griego y romano ofre- ciendo á Júpiter en sangrientas hecatombes la sangre de cien becerros; al druida del galo y del germano empuñando la hoz sangrienta destinada á segar el muérdago sagrado, y á cortar la cabeza de la victima que se había de ofrecer en sacrificio á sus terribles «dioses, siempre sedientos de sangre humana; al sacer- dote de los antiguos imperios de América, inmolan- do cada año millares de víctimas humanas para apla- «car la cólera de sus mentidas deidades; al pontífice de los ídolos, ofreciendo en las naciones primitivas al implacable Moloc las carnes de niños inocentes que eran quemadas en ardientes hornos; y hoy mismo en los desiertos de Africa y en los bosques de la Oceanía, allá á donde no ha llegado la luz del Evangelio ni la moticia del sacrificio inmenso del Calvario, ofrecen también, no sabemos á qué falsa divinidad, la sangre «le seres humanos. De modo que la institución de los sacrificios humanos y sangrientos han sido universal y común á todos los pueblos que caen al otro lado de la cruz, y álos que no tienen aún noticia de la víctima preciosa que se inmoló por todos en la cum- bre del Gólgota. Esto acontence, mi buena Margarita, porque todos los hombres de todos los tiempos y de todos los países han creído siempre que el Creador estaba in- dignado contra la raza humana, por aquella pri- mera culpa que trastornó la armonía de la Crea- ción; siempre han creído que la fea mancha de aquel primer pecado nos había contaminado á todos los mortales; que esa mancha no podía ser lavada, sino

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