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solo título de Criador; pues que bajo todos los con- <ceptos posibles El es nuestro Señor y nosotros sus siervos, El nuestro Hacedor y nosotros hechura de su mano poderosa. Es verdad que en el lenguaje católico se llaman obras de supererogación, aquellas que Dios no manda expresamente, como son los consejos evan- gélicos, dejados por El á la libre elección y práctica de los fieles; pero en realidad de verdad, miradas las cosas como son en sí, y con relación á llo que merece la Majestad infinita de Dios, no existen tales obras de supererogación, porque no puede haber por nuestra parte ningún acto de adoración, que á Dios no sea «dlebido. ¡Nó! Por mucho que el hombre haga por su Dios, nunca hará tanto, nunca obrará tan abundan- temente que pueda pagar por entero su deuda, y sa- tisfacer cumplidamente la obligación que para con Dios tiene. Siempre por más que haga, se verá alcan- zado en la cuenta divina; siempre será deudor á su soberano y eterno Señor. Por esto nos dice Jesucristo en su evangelio, que, después que hagamos cuanto nos sea posible en obsequio de nuestro Padre Celestial, nos pongamos en su presencia y humildemente diga- mos: Siervos inútiles somos: lo que debimos hacer, eso' hicimos. (Luc. 17 Eso significa también la palabra justo, nombre con que distinguimos á los santos y siervos de Dios que han trabajado mucho por su gloria y han hecho por su amor obras heróicas, superiores á las fuerzas humanas; y esa palabra justo indica que todo lo que hicieron no fué más que cumplir un deber de estricta justicia, y aun se quedaron cortos. Y si no, hagamos la prueba. Imaginemos un hombre que hubiera trabajado por la gloria de Dios tanto como todos los apósto!es, que hubiera sufrido por su amor tan- to como todos los mártires, que reuniera en sí la pureza de todos los vírgenes y los valiosos servicios que han hecho 4 Dios todos los santos; este hom- bre con tantos méritos y tantos servicios ¿pagaría
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