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no la guardé. ¡Triste de mí! Y claro está, que el que no guarda su viña, no es extraño que á lo mejor se quede sin uvas. Este fruto es muy agradable á todos los animales del campo, á todas las aves del aire y á toda clase de insectos; y de todos ellos lo hemos de guardar con diligencia, no nos roben nuestra cose cha. Es muy fácil que las zorras, amigas de la uva, vengan de noche, ó el jabalí de día, y nos destrocen la viña, por lo cual hemos de estar siempre á la mira para espantarlos. ¿Cuántas veces viene á deshora un mal pensamiento, que, si no lo rechazamos pronto y con energía, nos hace más daño que un zórro en una viña? ¿Cuántas veces un arranque de soberbia nos «quita el fruto de la humildad? ¿Cuántas veces un Ím- petu de ira nos hace faltará la caridad 6 á la obedien- cia? ¿Cuántas veces una afición desordenada á cual. quier objeto nos hace prevaricar en poco óen mucho la santa pobreza? Y ya que de esos animales dañinos tengamos libre nuestra viña, no la tendremos ciertamente de avis- pas y de abejas que siempre se atreven al racimo y buscan los más dulces y los mejores, tanto que, para preservarlos de ellas, es menester cubrirlos con fun- das de gasa ó redecillas de alambre. De donde debe entender el alma religiosa que nunca tendrá su fruto mejor guardado que cuando lo tenga cubierto con el velo de la modestia y de la humildad. Hay que guardar, por último, la viña de los transeuntes, por- que como el fruto de ella es tan apetitoso, se le anto- ja á todo el que lo ve; de donde provino aquel can- tar que dice: Nadie plante su viña Junto á un camino Porque todo el que pasa Coge un racimo. Así hay almas religiosas que tienen tan mal guardada su viña, que dan lugar á que entre en ella

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