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blo es peo nos enseñó esta doctrina celestial, cuando dijo: De | mena gana mé holgar: en mis humillaciones Y trabajos, para que more en mi la virtud de Cristo. Y en otra ocasión pidió él tres veces al C ¡elo que le 11- brara de un terrible contratiempo que padecía el jar- dín de su alma, y le contestó nuestro Señor: Te basta mi gracia, porque la virtud se perfecciona con los traba- jos Y humillaciones. Estos trabajos vienen muy frecuentemente, sobre todo en los principios, pues entonces hay que des- montar el terreno y labrarlo bien para plantar el jardín; hay que regar á fuerza de brazos los semille- ros y las primeras plantas que lo han de hermosear. Tras esto viene el r iegode noria que ya es menostraba- joso, y luego el de acequias que da más placer, y por último la lluvia del cielo, que lo riega sin trabajo; pe- ro cuando nos falta esto último, es preciso volver á lo anterior, para tener siempre en e 311 huerto flores y frutos con que convidar á nuestro Señor. Y si vemos que las flores se marchitan ó los árboles se agostan, hagámoselo presente á El para que remedie nuestros males. Yu conozco á una persona, que á imitación deSan- 1 Teresa, considera su alma como jardín del Amado, y en los días de comunión lo toma á éste de la mano, y le invita á pasear por aquél, hablándole en esta for- ma: Ven, Amado mio, ven á tu jardín, y con la mi- rada de tus 0]0s divinos llénalos de hermosura. Mira, Jesús mio, mira cuán pobres están estas violetas, las flores de la humildad. ¿Cuándo veré yo á mi huerto embalsamado con el aroma de estas flores? ¿Cuándo aprenderé á ser como tú,manso y humilde de corazón? Mira, Bien mío, aquí tienes el pl: antel de las azucenas; ¡oh! ¡cómo me gustan estas flores de la pureza santa! ¡qué aroma! ¡qué blancura! ¡qué fraganc la! ¡Consér- valas intactas para ti, que eres la flor del campo y el lirio de los valles! Pero ¡ay, cuánto temo! Negros y asquerosos insectos vienen volando muchas veces por
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