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ce otra cosa que abrojos, espinas y maleza, tanta mayor fuerza y abundancia, cuanto más fértil es de suyo; y esto bien se ve que exige un trabajo continua- do, porque así como el buen hortelano c da día arran- ca con.cuidado la mala hierba que naceen su huerto, y sólo deja la buena semilla que le ha de pro luci frutos: así también nosotros hemos de arrancar con diligencia las faltas é imperfecciones, que brotan en nuéstro corazón tan fácilmente como la hierba en el campo; y no hemos de dejar en él más que las buenas obras, y las inclinaciones nobles, que son las que nos han de producir flores de virtud y frutos de santidad. Y como la tierra de revyadío sle1 1pre está produciendo nuevas hierbas, de aquí la nece sidad de andar siem- pre con el azadón en la mano, cortándolas de raiz, para que no chupen la sustancia del terreno, ni sofo- quen á las demás plantas. En segundo lugar necesita este jardín de aguas con qué regarse, y estas aguas no vienen en días señala- dos y fijos, como acontece en las grandes acequias y canales de riexo; sino solamente en los días que quie- re enviarlas el Dueño absoluto de nuestro huerto, porque El es el que tiene en su mano poderosa las llaves del depósito inmenso de sus gracias para sol- tarlas cuando le place; y esto exige también una con- tinua vigilancia por parte nuestra, para no recibir en vano ese don de Dios. Este huerto esregado unas ve- ces con lluvias fecundantes, que Dios se complace en derramar sobre él, y .en este caso el hortelano nada tiene que hacer, sino recibir con hacimiento de gra- cias ese beneficio soberano. Obras veces falta el rocío del cielo, y entonces manda Dios sus aguas por pri- morosos canales, que las van distribuyendo por igual, haciéndolas llegar al tronco de todos los árboles, y al pie de todas las plantas con grandegozodel hortelano, quenocesa de cantar mientras le duratan grata faena. En otras ocasiones vienen secos los acueductos por la escasez de las lluvias, y entonces quiere nuestro Se-

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