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18 las yerbas y ha de plantar las buenas... y con la ayu- da de Dios hemos de procurar, como buenos hortela- no, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan á echar flores que den de sí gran olor, para dar recrea- ción á este Señor nuestro, y aun se venga á deleitar muchas yeces á esta huerta, y á holgarse entre estas virtudes». Y en el capítulo catorce añade: «Regálame esta comparación, porque muchas yeces en mis prin- pi 'an deleite considerar ser mi alma un huerto, y al Señor que se paseaba en 6l. Suplicá- C1 10S... Me era g1 bale aumentase el olor de las florecitas de virtudes que comenzaban, á lo que parecía, á querer salir, y que fuese para su gloria y las sustentase, pues yo no quería nada para mí, y cortase las que quisiese, que yo sabía habían de salir mejores.» El mismo Dios en la Sagrada Escritura llama al alma huerto cerrado; pero es de saber que este huerto no tiene más dueño que Jesucristo, ni puede entrar en él otro hortelano que el alma misma, que por eso se llama huerto cerrado y cercado con fuertes MUros; mas así como en los jardines, por bien -cercados que estén, pueden penetrar las aves del cielo y destrozar las flores, así tambien en este jardín del alma pueden penetrar aves nocturnas, y destruirlo, si con tiempo no las espantamos. Siendo pues, en realidad, la reli- glosa semejante á un jardín bien. cercado, y no pu- diendo penetrar en él más jardinero que el alma misma, y no teniendo este jardinero otra cosa que hácér sino cuidar de su jardín y hermosearlo; claro está, querida Margarita, que la mañana y la tarde, el día y la noche, las semanas y los meses, y toda la vida debemos pasarla en cultivar nuestro hermoso huerto. Y no vayasá pensar que el tenerlo bien arreglado sea tarea fácil y de pocos días, porque es tarea difícil y de toda la vida. Primeramente tenemos ese jardín en tierra pujante y muy fecunda, pero al fin tierra maldita por Dios, y por serlo, de sí misma no produ-

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