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veces fertilizaron. Pero no fué esto lo más amargo para la pobre niña, sino que estando en esa faena llegó su Amado, que era el dueño de la fuente, le afeó su conducta, le reprendió su pereza, y la zahirló, pre guntándole qué había hecho del agua de su fuente y de las flores que con ella se regaban. No pudo respon- der la infeliz más que con su llanto, y por no haber sacado con tiempo aquellas piedras que impedían el curso del agua, tuvo que formarle nuevo cauce, y plantar otra vez su jardín, estando entre tanto priva- da de la y ista V de las caricias del Amado de su co- razón. Esto que te acabo de contar, si bien lo entiendes, yerás que no es, sino la historia intima de muchas reli- giosas. El alma consagrada á Dios es la dueña del más hermoso de los jardines, del jardín misterioso é inte- rior, que llama la Escritura huerto cerrado. Las flores que en él se crían son las de las virtudes, cuyo aroma se eleva al Cielo, recreando á los ángeles de Dios. La fuente con que ellasse riegan brota del Corazón di- vino de Jesús; y éste es el Amado del alma que ha puesto sus delicias en morar con ella, allá en el inte- rior de su vergel, arrullado por los céfiros, mecido por las brisas y embalsamado por las flores. Muchas veces goza allí el alma la regalada presencia del Amado; y siempre tendría flores que ofrecerle, s] cuidara de quitar las piedrecitas que pueden impedir las avenidas del agua; pero muchas veces no hace caso de cosas tan pequeñas, y poco á poco se obs- truye el canal, y el agua se desparrama, y las flores se marchitan, y el jardín se seca, y el Amado nos re- prende, y se aleja de nosotros, y'no vuelve hasta que ye de nuevo lozano y floreciente el jardín de sus amo- res. ¿No es ésta, Sor Margarita, la historia compen- diada de muchas almas religiosas? ¿No es acaso tam- bién la tuya? ¿No se han secado nunca en tu vergel las flores de las virtudes? ¿Y ahora cómo lo tienes?

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