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de santidad. Cierto novicio no comprendía cómo las faltas ligeras podían detener el torrente de las eracias divinas, y el Padre Maestro se lo dióá conocer con esta hermosa parábola. Conocí á una joven tan no- ble como hermosa, y tan hermosa que parecía bajada del Cielo. Tenía ella un jardín precioso, de lo mejor que he visto en mi vida, adornado con toda clase de plantas y flores olorosas; ¡qué bello era! y ¡cuánto gozaba la niña cuidando su jardín! Las primeras y las mejores flores que producía, eran para el sér que ella amaba, y su dicha no reconocía límites cuando enajenada de gozo iba enseñándole á su amado las plantas de aquel ameno vergel. Este se mantenía fres- co y lozano, merced á una fuente bulliciosa y cristali- na que le enviaba sus aguas por un pequeñoe anal, el cual las distribuíaal mismo tiempo por a el jardín. 17 SEA ANN | Un día dejó caer por descuido una piedra en el peque ño acueducto, y le dieron ganas e sac a con su blanca mano; pero dijo entre si: ¿Para qué he de mojarme? ¡ ¡Eso no es nada! y eN siguió. Otro día, al pasar, de :JÓ caer con e l roce del vestido otra piedreci- ta en el mismo sitio, y en vez de sacarla, exclamó: Piedra más Ó menos ¿mporta poco, y siguió adelante. Otras veces le aconteció lo MISMO, y tampoco hizo caso de aquellas pequeñeces, con lo cual se fué poco á poc o cegando el acueducto, hasta que un día de gran- des vientos el aire arrojó:sobre él hojarasca, papeles y follaje, que, deteniéndose en las piedras, obstruye- ron por completo el ne v las acnas saltaron fuera tomando otra dirección : e jando seco el jardín. Cuando la joven neciaovio á él, halló marchi- tas las flores, agostadas las plantas y seco el vergél de sus amores. Lloró, gimio y se echó en cara el no haber hecho caso de aquellas primas pero todo inútil; ya era tarde. Acudió á quitarlas, y las aguas que habían carcomido el ter Ja habían tam- bién destrozado el acueducto, corrían hacia lo bajo, y cada vez se apartaban más del jardín que tantas A A al e