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11mas por hacer poco caso de ) QU lla ñas imperfecciones! Ya pues que somos tan cuidadosos de la hermosura exterior y tan solícitos de la salud corporal, no demos menos importancia á la hermo sura interior y á la salud del alma. Acordén onos de que somos religiosos, y hagamos mucho caso de pe- queñas faltas, porque abren el camino para ese abismo de ingratitud que tanto te espanta. Comprenderás esto mejor, si piensas que las mayo- res enfermedades, y aun la misma muerte, proceden á veces de causas insignificantes, al parecer. ¿Qué cosa más insignificante que una pulga? Pues de una per- sona supe yo que se le met 1Ó una por el oído, se que- dó sorda, atonteció y de eso murió. ¿Qué cosa más in- significante que la arista de una espiga de tric'o? Pues no hace mucho que á un 1 iño se le atravesó una en la garganta y pereció ahogado. ¿Qué cosa más insignificante que el microbio, imperceptible á sim- ple vista? Pues eso tan pequeño causa espantosos estragos en las familias y en los pueblos, llevando el contagio colérico á todas partes. En fin, ¿qué cosa más insignificante que el átomo de polvo que levan- ta el viento, por los caminos? Pues eso ha bastado á veces para dejar ciegos á los pobres caminantes. Lo mismo pasa en el orden espiritual: hay faltas que ciegan al religioso; hay imperfecciones que, por no destruirlas, hacen poco á poco languidecer al alma; ésta insensiblemente pierde su vigor, y cuando viene á mirar por sí, está ya enferma de gravedad ó muerta por el pecado. Bien lo dice el proverbio común: Por un clayo se perdió una herradura, por una herradu- rá, un caballo; y por un caballo, el caballero que lo montaba. Así de pequeñas cosas suelen resultar grandes males en el orden espiritual. El hacer poco caso de esas faltas pequeñas tiene para el alma un resultado harto funesto, y es dete- nerle el curso de las gracias divinas, privándola de ese rocío del Cielo tan necesario para producir frutos

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