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36 divisó el necio corderillo, víctima de inconcebible locura, corrió hacia el lobo... y allá lo tiene entre sus garras. Yo perdí mi cordero, y por él estoy llorando. Aun llevo escrito su nombre en mi corazón; se lla- ma... y pronunció un nombre que yo me resisto á estampar en este papel». Luego prosiguió, suspirando: « ¡Qué ingratos son los mortales! ¡Y qué necias las desventuradas hijas de Adán! Crié una paloma para regalo mío, y un día observé que, fascinada por el mágico poder de escamosa serpiente, revoloteaba en lo alto de un árbol, bajando de rama en rama hacia la boca del reptil, que con su aliento la atraía. Ya estaba á punto de ser devorada, cuando salí al encuentro, ahuyentando con mi presencia la culebra; y la paloma cayó 'á mis pies casi muerta. La cogí presuroso, la estreché sobre mi seno, y.en él la abri- gué, prodigándole mil caricias, que le dieron nueva vida. Yo pensé que jamás se iría de mi lado; pero apenas un.astuto cazador la llamó con fingido recla- mo, engolosinada ella con el cebo que le puso delante, se apartó de mí, y quedó presa en las redes del siglo. ¡Ay paloma ingrata! ¡Ay Sor...! y aquí pronunció otro nombre que más de cuatro religiosas podrían sustituir con el suyo propio. Me dirás tal vez que esto es un sueño, y así es en verdad; pero no es sueño, sino mucha realidad las quejas parecidas á éstas, que Nuestro Señor da en la escritura santa á los malos religiosos; y se queja de nosotros, porque con nuestras ingratitudes herimos su amante Corazón. Dice el Evangelio que al acer- carse Jesucristo el Domingo de ramos á Jerusalén (figura del alma religiosa) miró la ciudad diciendo: ¡Oh si conocieras tú en este día lo que está oculto á tus ojos! ¡Oh si supieras tú-apreciar este día de tu visitación! ¿Pues con cuanta más razón puede Jesu- cristo decir esto al alma desagradecida? ¡Oh si cono- cieras tú, pobre alma, el grande amor que yo te ingo, y la enorme ingratitud con que me pagas!

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