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- la casa de su padre? ¿Es posible que la ovejita amada huya de los brazos del buen pastor?» Ño. lo sé, Sor Margarita, y silo sé me lo callo por ahora; pero sí te diré que en cierta ocasión, quejándo se Dios de la ingratitud de su pueblo amado, mandó al profeta Jeremías que le dirigiera las terribles pa- labras con que empiezo esta carta, y que parecen di- chas para los religiosos malos y para las religiosas culpables. «Yo, dice el Señor, os traje á la tierra del Carmelo para que comiérais sus delicados frutos; y después que e stáis en el, habéis contaminado mi tie- rra, y habéis pue sto la abominación en mi heredad.. Id á las islas de Cethim, recorred las regiones de Ce- dar, y ved con admiración que ellos no me han ES tan ingratos como vosotros... Espantaos, ¡Cielos! : vuestras puertas caigan de asombro, porque dos cri- menes ha cometido mi pueblo; á mí me abandona- ron, que soy la fuente de agua viva, y se han'idoá beber las aguas de cisternas disipadas, y de los sucios charcos del mundo... ¿Y qué vas ahora buscando por el camino de Egipto, para beber agua turbia? ¿Qué tienes tú que ver con el camino de los asirios?» Así se quejaba Dios antiguamente de su pueblo amado, y así se queja también Jesucristo hoy, desde el fondo del sagrario, zahiriendo á las religiosas que mantienen amistades y relaciones con el siglo; á las que tienen aficiones reprobadas que las apartan del trato y comunicación con Dios. Yo, dice el Señor, te traje del mundo á este monte Carmelo, para que tú, religiosa ingrata, gustaras en él los suaves frutos de mi amor; y en vez de hacerlo así, has contaminado mi heredad, has sembrado la discordia en mi casa, y has puesto la abominación en el lugar santo. Vuelve tu vista 4 las amigas que en el mundo dejaste; reco- rre las congregaciones de jóvenes piadosas á que tal vez perteneciste, y verás que me han sido más fieles, y se han portado mejor que tú. ¡Oh Cielos! sed yoso- tros testigos de esta ingratitud de mi escogida: me

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