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XVII MI ESCUELA DE PERFECCIÓN Y o hay lugar en mi convento que no me hable sr al alma y tenga para mí sublimes enseñanzas; “PD pero mi clase favorita, mi escuela más frecnen- tada es el panteón, y cripta en que están sepultadas mis hermanas. Cuando entro allí á rezar el oficio de difuntos por mis queridas muertas, entiendo, sin saber como, los gemidos del Salmista y los lamentos de Job que el oficio encierra; lamentos y gemidos cuyo eco repiten las huecas tumbas ó los restos que ellas guardan: Dies mei transierunt...! «Mis días se deslizaron rápidamente... Mis vanos pensamientos se disiparon como el humo... se desva- necieron mis locas esperanzas... y sólo me queda el se- pulcro! Ayanzan mis años... se agotan mis fuerzas... ando un camino por el cual no he de volver... huyo como una sombra... pararé en la tumba, donde hay mansión preparada para todo viviente... el sepulcro será mi padre, la podredumbre mi madre, y los gu- sanos mis hermanos.» ¡Qué lección para la soberbia humana! Qué deses- peración para la incredulidad! pero qué consuelo pa- ra mí, fiel creyente! porque áese eco misterioso y
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