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A A A A A A a 62 puedo considerarte más que como esposo amante de las almas. ¡Cuántas veces al preparar las formas para la comu- nión he llorado, pensando que era el traje bajo el cual ibas á entrar disfrazado en mi corazón! Cuán- tas veces he besado arrodillada el cáliz donde se ha- bía ofrecido al eterno Padre tu sangre preciosa de más valor que millones de mundos? Cuántas veces cogía la llaye del Tabernáculo, me la colgaba al cue- llo, y me iba á la reja que da á tu Sagrario para en- tretenerme contigo, diciéndote que te tenía encerra- do y que no te podías escapar? Cuántas veces, yo solita, desdoblaba el corporal que había servido en la misa, y posando en él mis la- bios y con ellos mi corazón decía: Aquí estuvo esta mañana! Este lienzo envolvió su cuerpo sacratísimo! Cuántas veces me quedaba como tonta, contemplan- do los ornamentos sagrados, los ramos de flores, todo lo que servía para el culto divino, y volvía en mí ex- clamando: Estas son las galas de mi Esposo Sacra- mentado? Y por qué no decirlo todo, si la obediencia lo or- dena? Vez hubo en que el mucho trabajo me fatigaba el cuerpo y me inquietaba el alma; y entonces me iba al sagrario y le decia. Amor mio, lo yes? inquie- ta y fatigada estoy, y sé que la inquietud no te es agradable; quitámela, pues, que yo no me voy de aquí hasta estar tranquila y fortalecida para el tra- bajo. No te disgustes, Bien mío, porque te hablo con libertad. Pero si quieres en tu altar el mantel rizado, me has de dar fuerzas y quietud para rizarlo: y sino, te lo planto como está.... ¿Me perdonas este atrevimiento? Y como si oyera, no su voz de perdón, sino su risa de complacencia, salía yo también rien- do, y me escapaba presurosa á continuar mi traba- jo, el cual me encontraba hecho con suma facilidad. No trabaja con tanto placer la madre al pie de la cuna donde duerme su pequeñuelo, cosiendo la ropi-
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