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XII MI CIELO EN LA TIERRA sTE cielo es la soledad de mi convento, aun- Sé que parezca burlería y paradoja á á las jóvenes 7 bulliciosas del mundo. ¿Creen ellas que la estrechura de una celda, el ambiente de un coro, un claustro sombrio, los largos corredores, un patio y un huerto solitar Los no tienen encantos ni atractivos? ¡Pues se engañan! que para mí, la más (pobre entre les vírgenes á Dios consagrada) la soledad es un e¡elo con sus ángeles y sus estrellas. Cada paso que o1g'o en los corredores, cada suspiro que resuena en “el claustro, cada flor que crece en el jardín, me encan- ta, me enternece, y llena de embelesos mi existencia. Me faltan palabras para expresarlo, y sólo puedo dar idea de ello, diciendo que en la soledad ando tan absorta y embebida, que á veces me olvido de mi cuerpo y casi no siento si lo tengo, Grata me fué siempre la soledad del campo con sus fuentes y arroyuelos, sus árboles y sus flores; pero la soledad del claustro lo es mucho más, ab tamente más! Aquella es soledad del cuerpo, ésta es del alma; y en esta soledad las grandezas humanas se ec lipsan; sus glorias pierden el brillo, su luz se di- sipa y fenece, para dejar lugar 4 otras luces mayo-

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