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16 ¿Os hemos ofendido alguna vez? ¿Os hemos hecho mal sin pensarlo ni quererlo? ¡Ah, no! eso no puede ser! Desde que pisé estos benditos claustros he visto á mis hermanas, siempre bondadosas, siempre solici- tas por el bien de los pobres y por la salud de las almas, orando noche y día al Señor por vosotros y vuestras familias. ¿Y por esto queréis demoler nues- tra morada? ¡No lo hagáis, por Dios! ¡Criaturas descarriadas! Mirad que algún día vuestras hijas necesitarán estos retiros para guardar su inocencia, para huir del mundo malvado, para buscar en ellos lenitivo á sus corazones heridos por el desengaño, para guarecerse aquí de los peligros de la vida, para ocultar aquí los tesoros de su pureza y su virtud expuestos á ser robados en esos desiertos del mundo. ¡Infelices! No destruyáis, mal aconsejados de la ira, lo que puede ser un día refugio de vuestras hijas inocentes, amparo de vuestras viudas descon- soladas, y asilos de vuestras ancianas madres des- preciadas de un mundo infame que nada respeta. Si la codicia os empuja, si venís impulsados de la avaricia y la rapiña, aquí no hay nada con qué saciarla. Nuestras celdas son pobres y estrechas como la cabaña del indigente; nuestros patios modestos, sin mármoles ni surtidores; nuestro ajuar pobrísimo. como el de los solitarios del yermo. Aquí no hay nada que pueda excitar la codicia, porque lo que algo vale está consagrado al culto de Dios. ¿Qué váis á sacar de la expulsión de las monjas y destrucción de sus conventos? ¡Angeles santos, no permitáis semejante profana- ción! Illuminad á esos ciegos sentados en la oscúridad de la muerte! Y si llegan á perpetrar ese crimen, sepan, después de mis días esos desgraciados, que yo, pobre monja capuchina, objeto de sus iras, los amé, rogué por ellos y pagué con cariño del alma el odio que mé profesaron.

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