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40 mentos que le esperan, su afrentosa muerte, el des- amparo de su Eterno Padre, las amarguras de su Divina Madre..... y á la vista de tanto tormento, un sudor de sangre inunda su rostro, y agonías de muerte siente su alma sacratísima. Entonces le pre- gunto: ¿Qué tienes, Jesús mío? Y pienso que vuelve hacia mí su rostro pálido, pero hermosísimo, y me dice: Mira los inmensos tormentos que me esperan..... y alejándose de mi, vuelve á la oración, se interna más en el Huerto, donde arrodillado, y puestos sus brazos en cruz, exclama: Padre: ¡hágase tu voluntad! ¡Aquí está mi frente, venga la corona de espinas! ¡Aquí están mis manos y mis pies, vengan los clavos! ¡Aquí está mi cuerpo, vengan los azotes y las afren- tas! Y con los ojos fijos en la tierra, paréceme ver aquella víctima sagrada, ofreciéndose por todo el mundo; y le digo á mi alma: ¡Oh qué modelo, alma mía! Aprende aquí á conformarte en todo con la voluntad de Dios. Al Te Deum vuelvo á elevar mi pensamiento hacia el trono de la Sma. Trinidad, donde mezclada con los ángeles, uno mis pobres alabanzas á las suyas y á las de todos los santos. Al empezar el primer salmo de Laudes, contemplo á Jesús en el Huerto, vendido, preso, maniatado, con uha soga al cuello de la cual van tirando con alegría satánica y algazara horrible, arrastrándolo y condu- ciéndolo de tribunal en tribunal, cargado de afrentas, con su hermosa cabeza inclinada sobre su amante pe- cho, cubierto su rostro de confusión y vergúienza. Y o le voy siguiendo, de Anás á Caifás, y allí me entro con El en el calabozo donde lo encierran, para acom- pañarle el resto de la noche, encerrada juntamente con El; y entonces arranco la cadena que oprime su Divino cuello y la pongo en el mío (que bien mere- cida la tengo); y con mis dientes y manos, desato las suyas, atadas y lastimadas por mis culpas, apar- tándole después aquellos cabellos ensangrentados y -
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