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36 Aquí en tu presencia olvídome del mundo y de que soy mortal, y por lo mismo peregrina: deslízanse las horas veloces como el rayo, y delicias celestiales con- suelan mi dolor: porque al verte en ese altar, como compañero de mi destierro, se me hace más agrada- ble la vida, que momentos antes parecía aborrecer; y enagenada de gozes celestiales, te canto mis amores y te doy mi corazón. Mas... ¡ay Jesús mío! ¿Qué sonido es ese que ha llegado á mis oidos, haciendo suspirar á mi corazón de pena? Ah! el insensato reloj que me anuncia ser llegada la hora de tener que separarme de tí! ¡Cruel! ¿Por qué vienes tan presto á despertarme de este dul- císimo sueño? ¿Por qué caminas tan lentamente cuando yo con amorosa impaciencia espero ver lle- gada la hora feliz de venir á la presencia de mi ama- do? ¿Y por qué corres tan veloz, cuando yo olvidada de todo lo terreno, le cuento mis amores, gozando en esta dulce soledad desu amable compañía? ¡Ay! desde estas rejas, contemplando tu altar, dulce bien mío, se me pasan las horas rápidas y fugitivas! Pero quién tiene poder para arrancarme de aquí, Jesús de mi alma? En tu presencia me olvido que soy mortal y que mi naturaleza debil y terrena me exige el reposo y descanso impuesto por la obediencia: ¿Reposo? ¿descanso? pero si yo reposo, si yo descanso en tu presencia, encanto mío! El cuerpo flaco es el que se fatiga y me exige que de aquí me aparte, para dormir. Si al menos mi lecho pudiera ser tu altar... y yo pudiese pasar la noche de rodillas apo- yada mi frente sobre la dorada puerta de tu prisión de amores!.... Al pensar que tengo que abandonarte, fijo mis ojos en esas lámparas, y de su constancia fiel siento celos... ¿Que no pueda yo hacer lo que practica ese mísero instrumento? Ellas permanecen noche y día constan- tes en tu divino acatamiento, enviándote sus débiles y suaves resplandores, esparciéndose más y más en el
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