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30 Donde el avaro tiene su tesoro. allá tiene su cora- zón: y como tú eres mi riquísimo tesoro, por eso aquí tengo mis pensamientos! aquí los afectos de mi alma! aquí los deseos de mi corazón! Mas ¡cuánto deseaba verme libre de todo, venir á tí, y postrada de hinojos ante tu altar derramar mi corazón en tu presenc ia! ¡Ay, Dueño mío! ¡Cuánto lo deseaba! Aquí me tienes, pues , vida de la mía! ¿Ves? estamos solos, como los verdaderos amantes que no se comunican los afectos de sus corazones más que cuando la dulce soledad los pone á cubierto de curio- sas miradas. Puedo, pues, á mis anchas decirte lo que mi corazón siente, sin que oidos humanos lo perciban. Sólo esas lámparas que arden ante tu divino acata- miento, esparciendo sus apac ¡bles rayos por el tem- plo y bañando de místicos resplandores ese altar donde tú moras, sólo ellas serán los mudos testigos é inter pretes quizás de lo que mi corazón siente en tu presencia soberana. Sí: decidle vosotras, lámparas brillantes que en su adoración está mi vida; decidle que su amor es mi recreo; que ya en nada terreno goza mi alma, y que de todas mis delicias, él es el centro: Sí ¡vida mía! tú me atraes como el imán al acero. ¿Qué sería de mí si no hubiese Sagrarios en la tierra? ¿Qué sería del sediento, sin las fuentes de pes clara? ¿Qué del hambriento sin el pan de la vida? ¿Qué del triste desterrado, sin un consuelo divino? Dor eso cuando en horas tristes y desconsoladoras el llanto corre por mis mejillas, acudo á tí, vida mía, y corro á postrarme en tu presence ia, COMO se arroja un niño en los brazos de su madre; y cuando fijo mis ojos en tu altar, tú enjugas mi llanto, y me haces sonreir, como sonrie el marino cuando al rayar la aurora, descubre entre la espesa bruma las cercanas costas del puerto deseado. ¡Sí, Jesús de mi alma! tu altar es para mí, la costa de mi esperanza, y tu Sagrario, dulce puerto en el mar de mis pesares. A a A A A
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