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será examinado y más seguro, y tu mal será corre- gido y remediado: hallaráste aliviada y fortificada en tus aflicciones, moderada y reglada en tus conso- laciones. Pondrás en él una gran confianza, mez- clada de una sagrada reverencia, de suerte que la reverencia no disminuya la confianza, y que -la confianza no estorbe á la reverencia; confía en él con el respeto de una doncella para con su Padre; respé- tale con la confianza de un hijó para con su Madre: En fin, esta amistad ha de ser firme y dulce, santa, sagrada, divina y espiritual, que no dejará de serlo, si es Dios quien te lo envía.» Tú me lo diste á mí, ¡oh Jesús mío! mucho mejor de lo que yo supe rogártelo: al fin como dado por tí! La primera vez que oí su voz de fuego, parecíame, vida mía, que te quejabas junto á la reja dulcemente de las ingratitudes mías; y 4medida que sus palabras penetraban en mi oído, sentía yo allá en el fondo de mi pecho, que la indiferencia y frialdad para con- tigo, se desvanecía y desaparecía de mi corazón, como desaparece la nieve de las montañas, cuando los rayos del sol caen perpendicularmente sobre ella. Entonces te prometí ser tuya, solo tuya, toda tuya y siempre tuya. Tuyos los latidos de mi corazón, tuyos mis pensamientos, tuya mi vida, tuya mi alma, tuya mi voluntad, tuyo mi ser; y hasta hoy lo he cumplido. Mas ¡hay! ¿por qué no me diste á entender antes que- querías todo eso de mí, Jesús de mi alma? Es verdad que tú me llamabas, y yo lo sentía; algunas veces cuando entraba en el coro me parecía oir un gemido que salía del fondo de tu Sagrario, como quejándote del olvido en que te tenía, y yo te contestaba con suspiros y con lágrimas. Otras veces me iba de noche á la ventana del claustro, y allí asomada, con los ojos fijos en el cielo y vertiendo dulces lágrimas, te decía lo que sólo tú sabes. Quería volar a tí y no sabía como, porque me faltaban las
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