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25 de la Eucaristía á visitarla. Yo saliá recibirle, como la virgenes netias, con mi lámpara apagada, y me arrodillé junto á la mesa, al pie del Copón bendito que con mágico poder me arrastraba hacia si. Al traves de mi velo, fijé en él una mirada compun- gida y ardiente, con la cual ¡oh Jesús mio! te que- ría decir estas palabras: ¡Cuanto te debo! ¡y cuan mal te pago! ¡Cuánto me amas! y cuán mal te co- rrespondo! Lácsrimas ardientes acudieron á mis ojos: mi co- razón estuvo á punto de estallar en explosión de sollozos y gemidos; y tuve que huir á la soledad para que nú conocieran la agitación de mi alma. Pero en vano busqué alivio en la soledad de mi celda, porque aquella noche me oprimían sus paredes, y tuve que salir al patio á respirar el aire puro y contemplar el cielo estrellado. Allí, temiendo hablar con Dios, hablaba conmigo misma, diciendo: Yo no puedo vivir así. Yo no pue- do tirar de este modo por más tiempo. Alma mía, tú no vas á pensar ya más que en Jesús. Corazón mío, tú no vasá palpitar ya más que por El. ¡Fuera ti- ' bieza! que voy á servir ya á Dios con fidelidad! Y así 1 . a > , » »> $ me lo propuse... pero ¡ay de mi! al otro día falté á mis propósitos y continué en mi vida tibia. La tibieza es un gusano, que poco á poco va royen- do la raíz del árbol, hasta dejarlo sin vida, si antes no le dan á él muerte. Es una pendiente resbala- diza en la que, si ponemos el pie y damos un paso, no se sabe donde iremos á parar, Por esa pendiente rodó mi alma, y aun siguiera dando tumbos por ella ¡oh Jesús mío! si tua mano generosa no me hubiera dete- nido á tiempo. Ligero bajel surcaba las rizadas olas del mar, car- gado de preciosas mercancías; por entre las junturas de sus tablas, comenzaron á filtrarse pequeñas gotas de agua: la fuerza del elemento trabajando sobre la imperceptible abertura, convirtió las gotas en dimi- EIA OA E ER >
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